sábado, 23 de junio de 2012

El poeta Antonio Borrego, que vive en la ciudad de Las Tunas, clasifica como uno de los mejores exponentes de la poesía cubana, por una hoja de vida brillante en los versos, que emanan raudos de la pluma de este exponente de las letras.

Nacido en Las Tunas, su ciudad -mi ciudad-, a unos 690 kilómetros al este de La Habana-, en 1962, Tony, como se le conoce en el mundo de la poesía, es licenciado en Dirección Artística de los Medios Audiovisuales, en el Instituto Superior de Arte de La Habana, y miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

En su obra se destacan los títulos Doy gracias a Dios de ser ateo, Terrenal, Diapositivas, Juegos lunares, Ruanillo, y Ovejas y demonios, su más reciente creación.

Tony posee una voz de un lirismo estremecedor, que rebasa el límite de emoción de sus lectores. Muchos de sus versos desgarran el alma  -su alma-, y presentan a un sujeto lírico lleno de inquietudes, emociones, alegrías y tristezas, que se trasluce en una vida plena y llena del propio lirismo que lleva a su poesía.

En la obra de Antonio Borrego se destacan todas las formas de la poesía; sus décimas cabalgan a la sombra de su tiempo, mientras el soneto y el verso libre anuncian también la grandeza de su pensamiento creador, con una transparencia que va más allá de quien escribe para descarnar al hombre de su tiempo, enamorado eterno de la vida, de su hija, de su esposa, de su canto.

Tony Borrego posee un asombroso dominio de las diferentes estrofas de la poesía, que resulta placentera para quienes la encuentran y la gozan en la eterna espiritualidad del hombre.

viernes, 22 de junio de 2012

¿Qué no haría un hijo (a) por un padre? ¿Y que no haría un padre por un hijo (a)?

Estas preguntas me rondan la mente cuando leo en el blog de mi amigo Juan Morales Agüero una carta a él de su pequeña Sofía, por el Día de los padres. en la que  retrata desde la altura de sus siete años a su progenitor, que pasa largas horas con ella y su hermana Betica, en el difícil arte de educar a nuestros pequeños.

Y a mí me ha parecido algo similar con mis muchachos, cuando mi pequeño José Alberto, que estudia Medicina con sus 21 años a cuesta, me ha entregado un pantalón de regalo en nombre de él, su hermano Maikel y su madre (y mi esposa María), y una tarjeta con esta dedicatoria: “¡Felicidades, papito! Por guiarnos en nuestro quehacer de cada día, por querernos como nosotros te queremos a ti, por ser el amapolón que embellece nuestras vidas”.

Por supuesto que eso de “amapolón” me hizo reír de buena gana, porque en su imaginación y en su ocurrencia me comparó con una amapola macho, esa planta papaverácea silvestre de flores rojas muy frecuente en campos de cereales y en Cuba, y fue como para evitar compararme con una rosa u otra flor más femenina, pienso yo, y porque él siempre trata de darle un toque gracioso a las cosas.

El hecho es que la vida compensa a los padres con sus progenitores y con sus hijos. Y es muy cierto que quien es buen hijo es buen padre, y auguro que mis hijos serán buenos padres porque han crecido con el buen ejemplo mío (excelente padre aunque parezca petulante), de su abuelo materno, Timbo, ausente tempranamente pero siempre con nosotros, y de mi viejo, ya casi con 80 años pero firme ahí, con sus cuatro retoños.

Nada, que padres e hijos, hijos y padres, siempre andan juntos, para el bien de la familia.



A Juan Morales Agüero lo conocí en la década del 80 del pasado siglo. Yo era el presidente de la Delegación provincial de la Unión de Periodistas de Cuba en la provincia de Las Tunas, organización que decidió otorgar algunas becas de Periodismo a corresponsales voluntarios de todo el país.

Recuerdo que después de publicada la convocatoria, unos seis o siete compañeros de experiencia que tributaban a los medios, optaron por la única plaza que se ofertaba, y se citó para el examen de aptitud que realizaría una comisión integrada por tres reconocidos profesores de la Universidad de Oriente: Rafael Lechuga, Vicente Guash, y Ana Elba Galán, y por la provincia, José Infante Reyes, director del entonces diario 26 y yo.

Llegó el día del examen y ya al terminar la mañana habían pasado todos los aspirantes, menos Morales, que brillaba por su ausencia. Ya cuando veíamos las posibilidades de cada quien, llegó Juan desde el municipo de Manatí, donde vivía, y la Comisión comenzó a hacerle el examen de forma oral, que no tuvo que concluir, porque en pocos minutos nos dimos cuenta de que estábamos en presencia de un periodista sin título, y la distancia que le llevaba de ventaja a los demás no daba lugar a dudas de que la plaza era de él.

Así pasó el tiempo y Juan Morales hizo época en la Universidad de Oriente por sus conocimientos sobre el periodismo, pero sobre todo, por la manera sabrosa de escribir aquellos textos que deslumbraban a más de uno.

Después de graduado, inició sus labores profesionales en el diario 26 y además de ser colegas nació una amistad entrañable entre nosotros, y nos mostrábamos los textos de uno y otro antes de publicarse y siempre que lo leía me fascinaba su estilo y su forma de llevar al lector por los caminos que él determinaba.

De aquel inicio han pasado algunos años y Juan, como el vino, mientras más viejo tiene mayor calidad como periodista, y se erige, en mi opinión, en el mejor profesional del gremio en el territorio que hoy ocupa la provincia de Las Tunas y un poco más allá.

Juan es un cronista por excelencia. Cuando se mete dentro de ese género goza de lo lindo con el lenguaje, con las imágenes sugerentes, con la sabrosura de quien disfruta lo que escribe y hace disfrutar a los demás. No obstante, en cualquiera de los géneros que incursiona hay que quitarse el sombreo e inclinar la cabeza a modo de reverencia, porque no deja resquicios ni espacios para la banalidad, o la falta de interés, o las palabras huecas.

Memorables son sus crónicas desde Guatemala, donde no solo dio cobertura a la colaboración médica cubana en el centroamericano país, sino que supo exprimir las posibilidades de las costumbres, tradiciones y la cultura de ese pueblo. Títulos como aquel de "En mulo hasta la Estrella Polar", por solo citar uno, se han quedado en la mente de quienes leen sus textos.
 
Tampoco Juan es de a los que le ha pasado la tecnología por encima, como dijo alguna vez Gabriel García Márquez, en referencia a ciertos periodistas. Por el contrario, en cuanto llegaron a su vida las Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones e Internet, comenzó a estudiar y hoy es respetable su labor profesional en la Web 2.0, en la que su cuenta de Twitter es de las más destacadas del país, y cuando se habla de blogueros también hay que quitarse el sombrero ante su página personal Cuba Juan, laureada en una ocasión con el Premio Nacional de Periodismo 26 de Julio en su categoría. También es Máster en Ciencias de la Comunicación, porque como dice él, "siempre se ha de estar en el frente."

Como magnífico escritor ya tiene publicado un libro titulado Postales tuneras, por la Editorial Sanlope, de Las Tunas, en el que lleva al lector por la historia de esta ciudad a partir de textos breves, brillantes.

Nada, que Juan Morales Agüero es un nombre obligado en el periodismo cubano. Mencionarlo es sinónimo de un buen verbo, sencillo, sin colorines, y sobre todo encendido.
Antes de conocer algo de un periódico por dentro, casi que me rompía la cabeza tratando de adivinar, cómo era posible llevar una imagen a un papel, sin pensar siquiera que un día yo iba a estudiar los principios de la fotografía y el fotograbado como especialidad de las Artes Gráficas.  
Así, por primera vez en mi corta vida, escuché hablar de Tipografía, Impresión, Fotografía de prensa, Fotograbado, Linotipo..., como algunas de las especialidades relacionadas con los periódicos, y enseguida me fascinó la idea de convertirme en fotorreportero y escuché con atención todo lo que debían hacer los interesados.

Era por aquel entonces estudiante de secundaria básica y tenía fascinación por las cámaras, las fotos, el cine y el periodismo, y estando en noveno grado se apareció a mi escuela un periodista y fotógrafo que le decían Gallo y conversó con los alumnos para captar estudiantes para diferentes especialidades de las Artes Gráficas, porque ya se vaticinaba la nueva división político administrativa en Cuba, y el territorio donde vivíamos sería una provincia y se abriría un periódico diario y había que preparar a los especialistas que trabajarían en la futura empresa.


Unos días después, varios estudiantes nos personamos en la dirección del Partido Comunista del entonces Territorio Tunas-Puerto Padre, perteneciente a la provincia de Oriente, y nos presentamos ante Gallo, cuyo verdadero nombre era Rosano Zamora Paadín y era el padre del periodismo revolucionario en la región, quien tenía la misión de echar a andar el futuro periódico, desde su posición de funcionario del Partido.

Nos apuntamos como pretendientes de futuros especialistas de las Artes Gráficas, con vistas a estudiar en la escuela poligráfica provincial Félix Bravo Hernández, de la ciudad de Santiago de Cuba, capital de Oriente, y unos días después tendríamos que presentarnos en aquel centro para hacer el examen de aptitud, que nos daría el pase a los estudios.

Y así llegó el día, y a Santiago nos fuimos un grupo como de 30 estudiantes de diferentes secundarias básicas, y en tren llegamos a la famosa urbe oriental, llena de lomas, historia y gente hospitalaria, por donde había comenzado la Revolución que triunfó el primero de enero de 1959, con el ataque al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, por un grupo de jóvenes comandados por Fidel Castro. Durante todo un largo día hicimos el examen cientos de alumnos de toda la provincia de Oriente y regresamos a casa en espera de la selección final.
 
Por aquellos días el curso escolar 1971-1972 terminaba, y un día Gallo, que vivía muy cerca de mi casa, me llamó y me dijo que había sido uno de los seleccionados y que tendría que marchar a Santiago a finales de agosto para comenzar el calendario docente el primero de septiembre, creo, y así fue.

De mi territorio habíamos sido seleccionados José Pérez Gamboa, Walfrido Machado (Palito), Alexis Peña López, Norge Santiesteban Vidal, Carlos y Alberto, cuyos apellidos no recuerdo y yo, quienes partimos a Santiago en la fecha prevista para iniciar el calendario 1972-1973.

Cuando llegamos a la escuela comenzaron a repartirse las especialidades según las solicitudes, y en Fotografía solo había una plaza, que en el caso de Las Tunas pedíamos Norge y yo y no recuerdo por qué se la otorgaron a Norge. Entonces me decidí por el Fotograbado, junto con Alexis, de lo cual me alegré tiempo después, porque con los mismos principios de la fotografía era una especialidad inédita en mi territorio y algo verdaderamente fascinante. José Pérez, Palito, Carlos y Alberto se inclinaron por la Impresión y la Tipografía.

Las clases teóricas se impartían en la escuela, ubicada en la calle Calvario entre Enramada y San Gerónimo, en el mismo corazón de la ciudad, y la práctica se hacía en los diferentes talleres de las Artes Gráficas. En el caso de Fotograbado Alexis y yo hacíamos las prácticas en el periódico Sierra Maestra, emblemático diario de Cuba, y que abarcaba a toda la provincia de Oriente, la más grande del país.

A la vuelta de tantos años me es imposible narrar la experiencia que para mí (y para Alexis) representaba estar dentro del periódico Sierra Maestra, por lo que era aquel medio de prensa. Y yo, además de estudiar en profundidad el Fotograbado, no me perdía ni uno de los rincones del taller y la Redacción del diario, y tuve en Bell y Ocaña a mis grandes profesores del Fotograbado, que me cautivó para siempre.

El Fotograbado cuenta como especialidad con tres departamentos: Copia, Pase y Grabado, y aunque uno se formaba integralmente, después de graduados los fotograbadores se especializaban en uno de los tres.

La Copia (el más fascinante para mí y del que depende la calidad del trabajo final), consiste en copiar en una película la foto que se quiere llevar al papel, mediante una cámara fotográfica oscura y a través de una retícula o trama, para lograr los puntos en relieve. La luz utilizada es cegadora, y se logra mediante carbones para que la imagen se capte a través del lente. Es preciso seleccionar la abertura precisa y el tiempo preciso de exposición, para que el negativo no quede ni subexpuesto ni sobrexpuesto.

Ese negativo se lleva al departamento de Pase, en el que se utiliza una plancha con una aleación de zinc y aluminio que se limpia con un polvo llamado piedra pome para quitarle toda la grasa. Cuando está completamente limpia se cubre con un esmalte sensible a la luz que se seca mediante calor, luego se le coloca el negativo encima y se le expone a la luz, también de carbón. Una vez expuesta ya la fotografía queda captada en la plancha, pero es necesario lograr el relieve para la impresión y entonces aparece el Grabado, que cuenta con una máquina con ácido nítrico rebajado con agua.

Dentro de esa máquina se coloca la plancha con la foto y se echa a andar; la máquina cuenta con unas paletas que giran a velocidad y le van tirando ácido a la plancha, para ir comiendo las partes blancas de la imagen. Al final, los puntos quedan a relieve y la fotografía está lista para la impresión.

Todo este proceso requiere de mucha maestría porque la precisión es vital en cada uno de los departamentos para lograr un trabajo de excelencia.

Una vez graduados en el curso escolar 1973-1974, regresamos a Las Tunas, pero como el periódico no había comenzado, me reorienté hacia la educación y comencé a formarme como profesor de Secundaria Básica, hasta que en 1978, cuando ya Las Tunas era provincia desde 1976, se iniciaron los preparativos del inminente diario con el montaje de todo el taller y la Redacción, y el 26 de julio de 1878, con la primera edición, salieron a la luz nuestros primeros grabados, todo un acontecimiento personal y para la provincia.
Si hoy la ciudad de Las Tunas, unos 690 kilómetros al este de La Habana,  se erige como capital de la escultura en Cuba se debe en buena medida a la labor de Rita Longa, quien adoptó a esa ciudad como su segunda patria chica, y muchas de sus principales obras se encuentran aquí.

La Fuente de Las Antillas, una de sus emblemáticas obras, fue creada en 1977, y la concibió a partir de una leyenda aborigen que alude a la formación del Mar de Las Antillas. En este conjunto escultórico emerge la isla de Cuba mediante una figura femenina en posición horizontal.


Rita Longa fue también la gran inspiradora del vigoroso movimiento que a partir del tercer encuentro nacional de artistas de la plástica, efectuado en Las Tunas en 1977, comenzó a generarse en todo el territorio cubano. En honor a la destacada escultora, Las Tunas celebra la Bienal Nacional de Escultura, evento que le rinde homenaje a la insigne artista y le confiere continuidad a su legado.

Rita Longa obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1995, y su obra está diseminada por el territorio nacional y mucho más allá de sus fronteras.
 
Sus esculturas son prolíficas, y hay fuentes, efigies conmemorativas, conjuntos escultóricos y piezas no representativas en parques, avenidas e instituciones sociales, museos y galerías.

Entre las obras m
ás significativas de Rita Longa están el Grupo familiar del Zoológico de La Habana, la Virgen del Camino, Las Musas del Payret, la Ballerina de Tropicana, la Aldea taína en Guamá, La leyenda de Canimao, y Clepsidra, del hotel Habana Libre.
Esta es una imagen que me llegó por facebook, en la que sin dudas está el ingenio de Yaciel Peña, un fotorreportero de la Agencia Cubana de Noticias que siempre tiene una ocurrencia en mente, lo cual casi seguro se trasluce en una buena imagen.

Yaciel es un joven que un día comenzó a laborar como diseñador en el semanario 26, de la oriental provincia de Las Tunas, donde vivo, y luego pasó a desempeñarse como periodista gráfico en la mencionada agencia, y para sus colegas del sector la opinión generalizada es que el Periodismo gráfico cubano ganó un talento, aún por pulir porque es muy bisoño en una profesión que requiere de años para lograr grandes sueños, pero con resultados indiscutibles en el poco tiempo de desempeño.


Él es muy perseverante, y sobre todo observador y trabajador. Siempre anda con su Nikon 300 en ristre, cual fusil de buen soldado, captando imágenes muy profesionales, y posee un olfato para la noticia gráfica que lo hará uno de los grandes al paso de los años.


Ahora nos regala su dentadura sobre una piedra de amolar, mientras otro periodista ocurrente, Julio César Pérez Viera, corresponsal de Radio Progreso en Las Tunas, está dispuesto a darle vuelta al esmeril para sacarle filo a los dientes del osado.


Yo, que he disfrutado mucho con la imagen por el ingenio de mis colegas del gremio, se la regalo a usted, para que saque sus conclusiones sobre si tengo razón o no si de ocurrencia se trata. ¿Qué le parece?
El Fuerte de La Loma, de Puerto Padre, en la provincia cubana de Las Tunas, se levanta en el punto más alto de la ciudad, a 34 metros sobre la superficie del mar, y se hizo en dos etapas: la primera en 1869, con el fin de defender la ciudad por mar y contaba con una batería y dos baluartes, y la segunda en 1875, con el objetivo de defender la ciudad por tierra, por lo que se le agregan dos torreones y un tambor.

Para su edificación se utilizó la técnica del mampuesto, con piedras calizas del lugar, argamasa a partir de una mezcla pútrida de cocoa o cocó, cal viva y elementos aglutinantes como sávila y maguey. Para la cimentación se excavó hasta tierra firme donde se depositaron grandes piedras y a partir de ellas se levantaron los muros de 075 metros de espesor.

En el lateral derecho de la entrada se exhibe la réplica de un plano realizado en 1876 para la toma de Puerto Padre por el Ejército Mambí, más adelante un colgadizo de tejas criollas y madera dura, amueblado a la usanza de la época; en sus torreones se exponen objetos sacados de excavaciones realizadas en años anteriores, armas y documentos de la época.

Dañado durante las guerras de independencia en 1956 el Club Todo por Puerto Padre realizó los primeros esfuerzos por su restauración. En 1987 comienza su restauración pero se detiene  hasta 1996 que se reinician los trabajos por parte del Centro Provincial de Patrimonio de Las y se reinaugura en diciembre de 1999. 

Por su relevancia histórica y arquitectónica como exponente de las construcciones militares edificadas a fines del siglo XIX en el Caribe, en 1981 el Fuerte de la Loma de Puerto Padre se declara Monumento Nacional.
Mi abuelo asegura que lo vio.

Fue en una noche clara, por la década del 40 del pasado siglo, cuando se disponía a acostarse y sintió el trote suave, por la polvorienta calle del entonces pequeño pueblo de Las Tunas.

Se asomó a la ventana, y la entreabrió solo un poco, y lo vio pasar lentamente: era el Indio sin cabeza, montado sobre un brioso y bello corcel blanco. Cerró la ventana nervioso. Habrá desgracia, se dijo, y cuando fue a buscar a su mujer, ya el Indio había desaparecido.

Y hubo una desgracia.

Al amanecer de aquel fatídico 12 de julio de 1945, el tren central procedente de La Habana y con destino a Santiago de Cuba, tuvo un problema mecánico en su sistema de frenos y se descarriló a la altura del actual aserrío Libertad, en aquel entonces propiedad de los Lima, una de las más acaudaladas familias del pequeño pueblo de Las Tunas y la desgracia abrazó al pueblo, que se vistió de luto por más de 30 muertos y varios heridos.

Mi abuelo, que fue al lugar del suceso lo dijo bien claro: "Por aquí pasó anoche el Caballo Blanco", y otros muchos reafirmaron el aserto con la confirmación de que también lo habían sentido.

Así la leyenda había pasado de generación a generación y su origen se remontaba a la época de la colonia de España, cuando la hija de un rico español se enamoró de un indio, y el padre mandó a matar al nativo porque nunca aceptaría aquella relación.

Cuentan que cuando los hombres del español esperaron al indio más allá de los alrededores de la casa y lo decapitaron, el padre de la muchacha fue a comprobar el hecho, y solo encontraron sangre en el lugar y otros restos del crimen. Desde entonces, en la imaginación popular el Indio sin cabeza cabalgaba en las noches de luna sobre el bello corcel, siempre anunciando una desgracia, y la leyenda se convirtió en patrimonio de la ciudad, como un elemento más bien folclórico.

Claro que sin en realidad mi abuelo hubiese visto al Indio no podría haber contado el cuento, porque la propia leyenda aseguraba que quien lo viera perecía de inmediato. Solo así las personas aseguraban que lo sentían cuando pasaban algunos de los muchos jinetes por las calles del entonces pueblo de campo, mucho más cuando sucedía una desgracia como la de 1945.

Aun hoy, cuando las nuevas generaciones conocen muy poco la leyenda del Indio sin cabeza, esta constituye un elemento de identidad de la cultura de este pueblo, y como leyenda al fin, todavía puede existir en la mente de personas como mi abuelo que a pesar de haberlo visto o sentido, siguen haciendo el cuento.

Desde mi orilla

Este es mi espacio personal para el diálogo con personas de buena voluntad de todo el mundo. No soy dueño de la verdad, sino defensor de ella. Vivo en un país libre y siento orgullo de ser cubano.

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