sábado, 11 de agosto de 2012


El día que asesinaron al Che Guevara, en La Higuera, Bolivia, yo tenía 11 años de edad, y aunque prácticamente era un niño, sabía muy bien quién era aquel hombre que acababa de caer por la libertad de otros pueblos, porque durante toda la enseñanza primaria, el Che era un paradigma, mucho antes de morir, y cuando ayudaba decisivamente a construir la nueva sociedad cubana.

Recuerdo muy claramente el momento en que dieron la noticia por los medios de comunicación, y la profunda tristeza que sentí cuando vi algunas fotos del Che en un periódico cubano, creo que el Juventud Rebelde, porque sabía a ciencia cierta que un gran hombre acababa de morir.

Con mi poca edad, sé muy bien que viví la incertidumbre que vivió todo el pueblo de Cuba, y recuerdo claramente cómo su Diario en Bolivia se entregaba por parte del Gobierno cubano, y la inolvidable noche en que Fidel Castro, reunido en la Plaza de la Revolución, de La Habana, con más de un millón de cubanos, presidía aquella velada solemne, en la que leyó la carta de despedida del Che, que dejó sin aliento a millones de personas a lo largo y ancho de Cuba.

Aquella carta, convertida en el testamento político del llamado Guerrillero Heroico, la aprendimos de memoria muchos niños de entonces, sobre todo, por la sabiduría con que fue escrita, con aquella prosa clara, las ideas contundentes, y el profundo humanismo que encerraban frases como "...otras tierras del Mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos"... o "...nada legal me ata a Cuba, solo lazos de otras clases que no se pueden romper como los nombramientos"...

Después, el Che se convirtió en la figura emblemática de todos los cubanos, latinoamericanos y las personas de bien de todo el Mundo, y nosotros, los pioneros (estudiantes) de entonces, repetíamos aquel lema que erizaba la piel: "pioneros por el comunismo, ¡Seremos como el Che!

Para mí en particular, el Che se convirtió no solo en un ídolo, sino en el hombre de leyenda que siempre fue, y comencé a estudiar su vida y su obra, pero sobre todo, el ser humano que se mostraba tras aquel nombre que lo inmortalizó, y buscaba constantemente cada anécdota, cada testimonio que me dibujara su gran estatura.

Ya de periodista, en 1987, recuerdo que me sentí muy regocijado cuando el entonces director del periódico 26, órgano en el que laboraba como reportero, me dio la tarea de hacer una serie de trabajos con motivo del aniversario 20 de su caída en combate, y disfruté tanto aquella misión, que crecí como profesional, y sobre todo, como ser humano.

Hoy, con el paso de los años, con los destinos de mi país y del Mundo, el Che ha ido creciendo dentro de mí como el ser al que más he admirado, como mi ejemplo personal del que parte la enseñanza mayor para tratar cada día de ser mejor persona y mejor revolucionario, que como él mismo decía en la guerrilla boliviana, es el escalón más alto de la especie humana.

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Este es mi espacio personal para el diálogo con personas de buena voluntad de todo el mundo. No soy dueño de la verdad, sino defensor de ella. Vivo en un país libre y siento orgullo de ser cubano.

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