martes, 27 de marzo de 2018

Yaicelín y Angel Luis, en plena grabación de un programa. (Periódico 26 Foto /Rey López).
La primera vez que supe de Yaicelín Palma Tejas yo trabajaba en TeleSur, en la sede central de Caracas, un día cualquiera casi a finales de 2016. Fue una tarde en que revisaba Tiempo21 y vi su foto en los créditos, y confieso que a primera vista no me cayó bien aquella joven a la que nunca había visto en las prácticas de los estudiantes de Periodismo.

Creo que hasta por el chat de facebook pregunté quién era a uno de los de mi equipo de Tiempo21, y la respuesta fue rápida: «es una de las recién graduadas de la Universidad de Camagüey». Entonces me puse a leer aquel primer texto y en verdad la muchacha escribía bien, pero seguía mirando la foto y no me caía bien, aunque no sabía por qué.

Así pasaron los meses y cada vez que revisaba Tiempo21 me encontraba alguno de sus textos, y hasta me agradaban, porque en verdad eran buenos, pero su cara en aquella foto de los créditos no me caía bien, ya fuera por su mirada fija en mí, ya fuera por cierta señal de altanería que denotaba su rostro (en aquel momento nada bonito para mi gusto), y, como estaba tan lejos, pues acepté que escribiera en mi medio tiempo21 (del cual no soy dueño pero me lo creo), porque en realidad nada podía hacer, y solo me conformaba cuando pensaba, a veces en voz alta: «cuando regrese ya sabré quién es la tal Yaicelín».

Y así el tiempo, inexorable en su paso, transcurrió como buena muestra de que según ha dicho algún ensayista, Dios lo mejor que ha hecho es un día tras otro, hasta que regresé a Cuba, el primer día de julio de 2017, siempre con la curiosidad de comprobar en vivo y en directo quién era aquella muchacha que escribía bien pero que me caía mal.

No recuerdo si fue el mismo día que llegué a la emisora después de un año y un poco de ausencia, ni en el momento exacto en que nos encontramos informalmente, en un pasillo o en el parqueo creo, sin que nadie nos presentara, y cuando la vi frente a mí aquellos prejuicios en la distancia comenzaron a ceder ante la curiosidad por saber qué había detrás de aquella muchacha tierna y linda, que nada tenía que ver con la foto que veía del otro lado del Caribe, con su mirada inquisidora.

Unos días después, al escucharla hablar en una asamblea, ya no me quedaron dudas: Yaicelín era una profesional, en formación pero una profesional, que no solo escribía textos de lujo, para Tiempo21 o para la radio, sino que su nivel de razonamiento estaba muy por encima de su edad, cuando de madurez se trata.

Entonces comencé a mirarla en silencio, a seguir sus pasos profesionales, y cuando ya no tuve ninguna duda de su capacidad profesional y emprendedora, le propuse que integrara mi equipo para el canal tiempo21 Video-TV.

Después de escucharme me miró con cierta duda (porque no le gusta la televisión como medio), sonrió y me respondió con algo así como ¿usted cree?, y aquel usted me estremeció porque no me gusta que me traten así, lo cual comprendí luego por su falta de confianza y hasta por cierto respeto, y como un contraataque yo también comencé a tratarla de usted (algo que tampoco le gusta) hasta que otro día cualquiera comenzamos a tutearnos como los colegas que éramos.

Ya con su aprobación comencé a hacerle pequeñas pruebas de cámara y ¡exactamente era la imagen que buscaba para el canal!, quizás la cara de nuestro medio para Internet (sin desdeñar al resto de las muchachas de mi equipo que también son bellas y estelares) y la puse a improvisar y ¡bien!, pasó la prueba con resultados sobresalientes y la mandé a la calle a reportar en imágenes.

Ahora, con el paso del tiempo (un poco nada más), confieso que Yaicelín todos los días me supera, y, sobre todo, me asombra, me sorprende y me hace sentir orgullo por lo que es y por lo que hace, porque es la cara de tiempo21 Video-TV, y no hay una idea que le proponga que no la asuma con el corazón para al final traerme un producto de gran factura estética. ¡Y hasta me discute ante un plano, una escena, una forma de hacer!, y yo solo la miro y me sonrío, porque la mayoría de las veces tiene razón y ya lo dije pero lo repito: me supera, algo por supuesto que me llena de regocijo, de felicidad, porque no todos los días uno encuentra una muchacha de 24 años con tanta profesionalidad en lo que hace.

Por eso hoy me siento plenamente feliz, por tener en mi equipo de trabajo a una profesional como ella, que cada día llega a la redacción como el viento interrogador, para terminar un material periodístico o proponerme una idea nueva, renovadora, siempre con el ansia de la primera vez; discutir ante un plano, una escena, o un trabajo con Angel Luis, su fotógrafo-camarógrafo, cual binomio que se quiere y a veces hasta se odia, pero siempre juntos porque se prefieren el uno al otro, y echar a andar su imaginación (vigorosa y prolífica) para seguir creando.

Y ya cuando se va, siempre se detiene y me dice, cual sentencia: «a ese trabajo lo único que puedes cambiarle es el título». Y se marcha oronda, desafiante, estremecedora, regando con su efluvio la simiente que hace felices a los demás, mientras la tierra le besa los pasos, porque ella es de las que saben amar, al decir de Silvio Rodríguez.


Este es un bello atardecer, en Cape Coast, la costa del oro, al suroeste de Ghana, en el África subsahariana, donde las tardes son bellas como el propio paisaje de esa zona geográfica. 

Los cañones pertenecen al castillo Elmina (nombre que ostenta el mismo pueblo), que hace varios siglos era una de las principales rutas de los esclavos hacia América, y cada día son como los centinelas que cuidan de la edificaciòn, siempre mirando al horizonte.

Esta imagen fue tomada por mi compañero de batería en tierras africanas Ahmed Velázquez, una tarde en que llegamos al castillo, hoy convertido en museo, y recorrimos sus entrañas para marcarnos para siempre por lo que allí vivieron miles de negros cazados como fieras. 

El sol se iba poniendo allá, a lo lejos, por el Golfo de Guinea, y mi amigo captó este bello momento para la eternidad, que hoy pongo a consideraciòn de mis usuarios.


sábado, 3 de marzo de 2018

Caracas es una ciudad extremadamente bella, y desde cualquier lugar su belleza es impresionante, no solo por el emblemático e imponente Monte Ávila que cuida de la urbe como un eterno centinela, ni por las demás montañas que rodean el valle donde se erige la urbe, sino por sus extraordinarias edificaciones y, sobre todo, por su mística, su imagen de ensueño.
Esta es una imagen que tomé desde lo alto del Cuartel de la Montaña, lugar simbólico donde descansa para siempre el Comandante eterno Hugo Chávez, y ahora se la regalo a mis usuarios, para que comprueben lo que digo de la capital venezolana.

Desde mi orilla

Este es mi espacio personal para el diálogo con personas de buena voluntad de todo el mundo. No soy dueño de la verdad, sino defensor de ella. Vivo en un país libre y siento orgullo de ser cubano.

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